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Diario de Viaje en moto al norte de México. Día 4. Hidalgo del Parral – Creel
Mis ojos se abren antes de que suene el despertador, miro la hora y compruebo adormilado todavía que me he adelantado quince minutos a el sonido de la alarma del móvil: las cinco y cuarenta y cinco. Mi mente se activa y mis pensamientos se dirigen nuestro viaje en moto de hoy: trescientos cincuenta kilómetros hasta llegar a Creel con parada para desayunar en Guachochi, a unos doscientos kilómetros de donde estamos. El tramo final será desde Guachochi hasta Creel y tiene unos ciento cincuenta kilómetros pero más complejos. Según nos han dicho, la carretera va cargada de curvas y su estado varía entre decente y malo.
Patagonia, nuestra moto está ya cargada y lista para el viaje en moto de hoy. Falta muy poco para que amanezca. Es ese momento mágico en el que no es ni de día ni de noche y los sentidos se confunden. No me gusta conducir con poca luz pero es evidente que a cada minuto que pasa, el día toma el control de nuestra realidad. Arranco a Patagonia que como siempre lo hace a la primera y partimos hacia Guachochi. Me siento completo, con energía y el pensamiento recurrente desde el viaje en moto a Marruecos se hace consciente de nuevo: vida de verdad de la buena.
Saliendo de Hidalgo del Parral caigo en la cuenta de que no he revisado la presión de los neumáticos y busco un lugar en el que detenernos para hacerlo. Detengo a Patagonia y la planto sobre su caballete central, conecto el mini compresor en la rueda trasera y compruebo: un poco baja, siempre pierde un poco. En la rueda delantera todo correcto. Seguimos viaje.
Hasta Balleza y durante una hora cuarenta la carretera transcurre tranquila, sin grandes dificultades aunque el frío se nota. No tanto como ayer en plena Sierra Madre pero hace rasca. Llenamos el depósito de Patagonia y seguimos hacia Guachochi. Calculo que en hora y veinte minutos llegaremos y desayunaremos en algún lugar de esos que son baratos y te llenas hasta la madre que dicen aquí. Empiezo a tener hambre pero la diversión que empezamos a tener al entrar en tramos de curvas cada vez más frecuentes, hace que me olvide de mi estómago. Son curvas con sabor a Sierra Madre Occidental. Qué bien saben.
Guachochi. Territorio Taraumara
La llegada a Guachochi se da según lo previsto: una hora y quince minutos. Sigue haciendo fresco pero el sol ayuda a soportar los diez grados que marca el display de Patagonia que en realidad son seis: nada comparado con lo que nos comimos ayer, pienso mientras sonrío y pienso en lo relativo que es todo.
En Guachochi se nota la densidad de población indígena. Las mujeres van ataviadas con prendas de llamativos colores. Observo como nos miran y me hago una idea de qué podrán pensar de una pareja de moteros en pleno diciembre por la sierra. Qué vidas tan distintas, pienso. Y de alguna manera, siento algo de culpa. Siempre me pasa igual en este tipo de situaciones.
Preguntamos a un joven que está en la calle vendiendo gorros para el frío, dónde desayunar y nos recomienda ir a la Pizzería La Sierra. Introduzco en Google Maps el nombre y ponemos rumbo a nuestro desayuno. Al entrar en el restaurante mi cuerpo toma conciencia de lo frío y destemplado que está gracias a la calefacción del local. ¡Qué gusto dan las llegadas a desayunar!
Después del desayuno decidimos ir al Coppel para ver si compramos algo de abrigo. Lety quiere calcetines para ponérselos encima de los que lleva y yo unos guantes para soportar mejor el frío en las manos que es lo que peor llevo. Lety tiene éxito en sus compras y yo fracaso con los guantes pero me encuentro una funda ideal para que el portátil vaya protegido como se merece. A lo tonto a lo tonto, ya llevamos dos horas en Guachochi y hay que seguir hacia Creel.
Los pueblos que terminan en «chi»
La carretera hacia Creel es de avance lento: muchas curvas con firme en mal estado y un viento frío que dificulta la conducción. Por lo menos tenemos sol y un cielo azul intenso espectacular. Qué maravilla de lugar la Sierra Madre Occidental. Las suspensiones tuneadas de Patagonia facilitan enormemente la conducción y convierten en divertido un trazado que se muestra muy complicado. Intuyo que estamos ya de pleno en territorio Tarahumara porque casi todos los nombres de las poblaciones acaban en «chi»: Guachochi, Basaseachi, Rocheachic, Pesachi, Bajichi… Empezamos a ver las primeras gargantas que surcan la sierra y su magnitud provoca en nosotros ese efecto «whow» que tanto buscamos. Nuestro niño interior se sorprende y nuestro adulto se regocija con él. Benditos viajes en moto.
Después de dos horas y media de curvas y curvas, llegamos al Lago Arareco. Parada técnica a pesar de estar a tan solo siete kilómetros de Creel. Ya no aguantábamos más y además, aprovechamos para ver qué tal está el lago. Unos niños indígenas se acercan para vendernos pulseras y collares. Uno de ellos tirita y le pregunto si tiene frio. Me dice que no y dentro de mi no le creo. Le pregunto por el precio de un collar – veinte pesos – me dice. Se los doy sonriéndole pero no le tomo el collar. Qué vidas tan distintas, vuelvo a pensar y de nuevo, llega la culpa otra vez.
Llegamos a Creel a muy buena hora, sobre las dos y media de la tarde y descargamos trastos en el Hotel Doña Crucita. Nuestra siguiente misión es comer. Buscamos un lugar y elegimos un restaurante en la calle principal de Creel. El pueblo está bonito, muy turístico y con encanto. El resto de la tarde lo aprovechamos para trabajar y descansar para hacer frente a la ruta de mañana con más sierra, más curvas y más paisajes espectaculares.